La Castañeda ofreció su primer y último concierto en el Auditorio Nacional el 7 de junio. Con más de 30 canciones, invitados especiales y una escenografía teatral, la banda cerró su historia en una noche intensa pero con un público menos efusivo de lo esperado.

El sábado 7 de junio se cerró un ciclo bien cabrón: la banda La Castañeda escogió esa fecha para decir adiós a los escenarios. Se armó un ambiente denso tarde calurosa que prometía lluvia, pero nunca llegó. Gente de todas las edades, vestidos de negro como si andaran en trance, llegaron con ganas de ver al manicomio hecho banda.
Nosotros armamos la ruta en transporte público y desde el metro se veía la marea humana formando fila en las puertas del coloso de Reforma. Tremendo acto resumir 36 años de trayectoria en una sola noche, pero el setlist incluyó más de 30 rolas, justo como lo prometieron.
Cuando inició todo, se sintió el nosocomio escénico. Las puertas del recinto se abrieron y salieron actores haciendo performance entre pasillos hasta llegar al escenario. Ahí había un recitador como si fuera un Zeus anunciando que iba a comenzar el desmadre. De buenas, porque le daba su toque.
Lo más curioso fue la cortina semi-transparente con proyecciones que colgaba al frente. Una movida visual que estuvo chida, pero… después de unas diez canciones el público le pidió ‘¡quítenla!’ Salvador Moreno le dijo al tramoyista:
“lo que pida la banda será”.
En segundos la quitaron, se aventaron una improvisación para reacomodar, y los gráficos pasaron al fondo.
El concierto tuvo lluvia de invitados:
Patricio Iglesias de Santa Sabina y Ramón Sánchez en el saxofón (invitado especial) cantaron Sueños, Héctor Quijada llegó para La Dosis, José Manuel Aguilera soltó guitarra y voz e interpreto Tu culto, luego subio Sergio Arau entonando Tloque, por segunda vez Patricio y Ponchito Figueroa ejecutaron Cautivo de la calle, y la sorpresa: los Malditos de Corazón, hijos del saxofonista Sax tocaron La espina. Ya casi al final salió Armando Palomas y dueto canto Transfusión
Le atinaste si dijiste que el público andaba medio apagado. Igual la cortina obstruía, pero lo que prendió fue cuando Salvador bajó a echar relajo con la gente, se aventó par de rondas con Sergio Arau entre el público. Se escucharon porras aisladas, pero nunca al unísono .
Al cierre, Salvador dijo unas gracias de ley:
“Gracias a mi mamá”,
que estaba ahí, también a todas las familias y, claro, a los invitados. Luego comentó que ante este debut y despedida en el Auditorio, el futuro de la banda está en el aire y
“no saben si van a regresar”.
Al final sentimos que el público no saltó de emoción ni se puso nostálgico como se merecía esta banda icónica. Tocaron con fuerza, pero faltó esa chispa colectiva de despedida épica.
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