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El origen de los merolicos: Una historia de engaños y remedios milagrosos

Imagen creada con IA.

Seguramente, cuando caminas cerca de algún mercado sobre ruedas, has escuchado un megáfono con el siguiente anuncio: “¿Es usted una persona que le duelen bastante sus piernas, que ya no puede caminar bien, le arden las plantas de los pies, los huesos? Las potentes cápsulas de aceite de caguama no le guardan dieta de nada.”

¿En tu casa te han dicho que pareces merolico? ¿Sabes a qué se debe? Pero, ¿qué tiene esto que ver con el anuncio que te mencionamos? Sigue leyendo para descubrirlo.

Comencemos con el significado del término merolico. En el diccionario, encontraremos su definición como curandero callejero o charlatán. La historia de este término es un tanto interesante y misteriosa, y cuenta con nombre y apellido: Juan Rafael de Meraulyock. Te contamos un poco de la historia…

Por allá en el año 1879, un hombre judío polaco, con mostacho largo, barba abundante y un ojo de vidrio, aseguraba ser un médico de abolengo. Se presentaba con una túnica que parecía entre griega y oriental, y ya había estado en otros países de Sudamérica.

A través de sus artimañas verbales, trataba de embaucar a las personas para que compraran sus menjurjes capaces de curar desde la tos de perro hasta la diabetes, a un costo muy bajo, 3 pesos por frasco. También aseguraba que podía extraer más de cuatro mil piezas dentales en solo quince días.

Aprovechaba el ser europeo y, entre sus cánticos, comentaba que contaba con fármacos infalibles que jamás se habían visto por estas tierras. Dentro del misticismo, empezó a ganar de forma veloz la antipatía de médicos y dentistas.

El falso galeno comenzó a tener bastante popularidad y prometía en cada presentación que en los siguientes días se atravesaría el cuello con varias espadas para comprobar que su medicamento funcionaba y no le dejaría daño ni cicatriz alguna, pero solo resultó ser parte de sus shows de venta para que la gente no se perdiera ninguno de ellos.

Como aquel acto nunca ocurrió, la gente comenzó a desconfiar de él con el paso de las semanas y meses, por lo que empezaron a gritarle: “¡Merolico! ¿Quién te dio tan gran pico?”

Al siguiente año, Juan Rafael de Meraulyock ya no regresó a las plazas para vender sus remedios milagrosos. Hubo gente que fue a buscarlo a su domicilio, pero nunca salió; al parecer había desaparecido.

Sin proponérselo, ese judío polaco brindó a los mexicanos una palabra para describir a quienes hablan mucho pero hacen poco. Pronto empezaron a llamar «merolicos» a los políticos de la época, así como a otras personas que, con el tiempo, se dedicaron a vender pociones milagrosas en las calles de México.

Con información e imagenes de: mexicodesconocido.com.mx

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