En la época contemporánea, no necesitamos esforzarnos tanto para transitar por las aceras de la ciudad de México, donde mayormente se encuentran los reconocidos postes de luz equipados con lámparas LED. El propósito de estas es iluminar nuestro recorrido para prevenir accidentes o para evitar que algún delincuente intente asaltarnos.
En los años 1800 no teníamos tales lámparas. En su lugar, había individuos conocidos como los serenos, cuya labor era iluminar las calles con faroles y antorchas, y proteger a los ciudadanos de posibles criminales.
En ese entonces, las actividades cotidianas solían concluir alrededor de las 8 de la noche, cuando ya no había luz natural. Los serenos, y más tarde el alumbrado público, cambiaron esa dinámica en las ciudades, permitiendo una vida nocturna más activa.
El término «sereno» tiene un origen bastante intrigante y está relacionado con sus tareas y el entorno en el que trabajaban. Se cree que proviene de su función de informar sobre las condiciones climáticas durante sus rondas nocturnas. Como el clima era mayormente favorable y despejado, era común escucharlos exclamar «¡las diez en punto y todo sereno!«.
Los serenos a veces se enfrentaban a ladrones que intentaban ingresar a las viviendas, protegiendo con su garrote, la herramienta asignada para defenderse y alertar a los vecinos. Por lo tanto, más que vigilantes, eran protectores y formaban parte esencial de la vida cotidiana de las personas a las que servían.
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